jueves, 3 de diciembre de 2009

El Dorado

De camino al punto de encuentro con el equipo de relevo escuchamos el alboroto, no demasiado lejano, de un grupo de chimpances. Pregunto a Njele y Episekelle, los guias ese dia, si no les importa bifurcarse y echar un vistazo.

Remontamos pues las escarpadas pendientes contiguas al arroyo de Lombeti, de una frondosidad puramente selvatica. Desembocamos en una zona de bosque mixto, como quien sale de un largo tunel a espacio abierto. La algarada se escucha cada vez mas cercana. Procedemos con sigilo. Los chimpances vociferan a escasas decenas de metros, escandalosos, tumultuosos. En un momento dado es obvio que ya nos han visto. Una vez llegados al arbol de la jarana, tendemos la vista hacia su copa. Una familia de chimpances –dos machos, dos hembras y una cria- nos increpan entre alaridos. El fuerte sol tropical baña las gruesas ramas. La similitud con nuestros parientes es sobrecogedora. Una hembra salta de rama en rama y se pierde entre la vegetacion, dedicandonos vituperios. Un macho nos escruta desde los estratos mas altos, silencioso e intrigado. Luego desaparece entre alaridos, contagiado por la agitacion de los otros. Finalmente el escenario queda en silencio. Yo no pienso en nada. No me doy cuenta de que hoy es un gran dia.

Regreso confundido entre la realidad y el sueño, caminando sin mojarme por el hermoso arroyo de Lombeti. He vislumbrado el Dorado.

Ya de vuelta en el campamento, discuto con Molongo por su falta de motivacion; con Kemanda por salir maquinalmente en su defensa; con Daniela por un mechero, por un puto mechero, que da pabulo a sus ansias de dentellada; con Hermence, que mas da por que. Hay miradas de desconfianza y se puede sentir el despecho latente.

Bai Hokou es un lugar complicado, pero hoy es un gran dia.

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